El artificio de la escritura / The artifice of writing


domingo, 30 de septiembre de 2007

Palabra al viento


Soy el primero en reconocer, con irónico conformismo, que al escribir esto y publicarlo en mi blog cometo un acto imperdonable de ilusa vanidad, el mismo que critico en otros. Admito sufrir del mal de muchos y de no poder sobreponerme a la tentación de dar a conocer lo que escribo a cuantos quieran leerme. No es un mal demasiado grave, me digo, y no le hace uno daño a nadie con esto de ponerse al computador de cuando en cuando y echar a los cuatro vientos unas cuantas oraciones más o menos bien pensadas y no del todo mal escritas.



Hay que darle gracias a la tecnología por hacernos posible algo que hasta hace poco no era más que una ilusión compartida por los muchísimos que vivimos aquejados del síndrome crónico de querer escribir para el pú blico. Esta invención del blog ha venido a darnos una oportunidad, demasiado tentadora, de dar a conocer, sin grandes gastos de publicación ni sin tener que vérselas con editores y distribuidores cuanto se nos pasa por la cabeza escribir; como esta nota, por ejemplo, que en otras circusntancias no habría pasado de ser un comentario entre amigos o una callada conversación conmigo mismo.

Uno no puede saber si estas líneas llegará a leerlas alguien. Si alguien, en su curiosidad ociosa de navegante de la red se topa con ellas por casualidad, como por casualidad se topa uno a cada rato con informaciones que ni buscaba ni creía necesario conocer y que al tenerla se recibe con agrado. No es muy diferente con la publicaciones tradicionales. Son infinidad los textos que uno se pregunta quien ha leído, innumerable los libros, revistas, panfletos que sus autores no pueden saber a dónde han ido a parar, en qué manos han caíso, quien los ha visto y los ha leído con reconocimiento de lo que esas palabras impresas le han añadido a su mundo personal y privado.

Se escribe al aire, al viento que va y viene en todas direcciones.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Leído al pasar

En letras apresuradas, en un muro, se lee:

Hay Tiempo para Todo
y no hay Tiempo par Nada.
Todo depende,
como el asunto ése del vaso
medio vacío o medio lleno.
Cuando hay vaso.

viernes, 21 de septiembre de 2007

A Form of Idleness

Intrigued by the title since I do not remember when, I finally borrowed the book from the library a few days ago and took it with me to a quiet corner where I could satisfy my curiosity in tranquility and at length. And I did have a good long time alone reading it and thinking about work and laziness, obsession and ease. In Praise of Idleness and Other Essays, by Bertrand Russell, is an excellent read for someone who has second thoughts about spending a couple of minutes, once in a while, writing a blog like this. A perfect example of what idleness can be, keeping a personal blog cannot be a bad activity. On the contrary, it is a totally gratuitus action, devoid of all ulterior objectives besides the simple pleasure of writing idly about totally unimportant matters, the kind of subjects one would bring to a friendly conversation a lazy sumer evening after dinner. I have to thank the philosopher for letting me know that it is perfectly acceptable, and even comendable, to spend some time at the computer composign a text about anything to be sent nowhere and everywhere, as a song is sent to the air by someone walking it the park and singing oblivious of all other responsibilities than being happily alive.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Escribir a solas

Uno puede suponer que la escritura fue en un comienzo un sistema funcional y práctico, al estilo de los quipus andinos, que debió resultar de un prolongado proceso de desarrollo de un método nemotécnico que le hiciera posible a algunos individuos mantener un recuerdo fiable de datos de fundamental importancia para mantener un control sobre el grupo. Que debió ser primero un sistema de contabilidad e inventario para uso de funcionarios a cargos del erario público parece lo más probable. De contar unidades palpables --cabezas de ganado y número de esclavos, brazadas de trigo y almudes de dátiles— a contar sucesivos reyes y dinastías no habrá habido un salto demasiado grande, ni habría tampoco mucho que cambiar en el sistema para contar de los reyes sus batallas. Asegurada así la memoria en el cómputo de la estela o el muro, no tardaría en añadirse a lo contado la fantasía de los orígenes de tanto número memorable. Y al simple enumerar debió añadirse poco a poco el dato descriptivo y el relato explicatorio que la oralidad había mantenido aparentemente intactos. La escritura, entonces, fijó la memoria y sacralizó el mito en el texto religioso. Misteriosa habrá sido para los hablantes la capacidad del signo escrito para encerrar en él la voz divina y su no menos misteriosa palabra. A milenios de esa primera admiración ante el misterio de la palabra escrita, mantenemos todavía una actitud de sorprendido respeto y veneración por la magia del lenguaje y sus textos y por su inextinguible reinvención cada vez que lo usamos. Porque nunca se lo usa en vano; por indiferente o descuidada que parezca la actitud de quienes leen y escuchan, hablan o escriben, su apropiación del lenguaje lleva una sincera, si escondida, ilusión de entender y que los entiendan. Tal vez por eso lastime tanto al espíritu el espectáculo espectral de quien habla a solas. ¿Estaremos escribiendo a solas la infinidad de los que, motivados por la disponibilidad de la red, mantenemos un blog?

martes, 11 de septiembre de 2007

De vuelta del silencio

Hace exactamente dos meses que escribí la nota anterior. Han sido dos meses de silencio que, irrelevantes dentro de la atemporalidad de la red, importaron mucho para el que ahora vuelve a la locuacidad de este medio con la impresión de haber estado, al modo de los anacoretas de una edad de milagros, en la soledad silenciosa del desierto, esa tierra predilecta de los visionarios.
Nada de visionario tiene, sin embargo, quien esto escribe. Todo lo contrario. Con cautelosas dudas va palpando las manifestaciones de una realidad que sus sentidos le entregan en complicada multiplicidad, como para confundirlo. Y ante la evidencia de un mundo demasiado rico y complejo para las capacidades de la conciencia, se declara ignorante apasionado, tanteador de cuanta maravilla se le ponga por delante. A sabiendas, por cierto, de que no hay manera de ordenar el caos sin proponer sistemas limitados y limitantes; de que no hay cómo librarse del pavor de lo inasible. Llama el silencio con su humildad y perfección inalcanzables, mientras la palabra, desbordada de ansiedades, tienta a seguir hablando, a seguir escribiendo lo que se siente, lo que se quiere, lo que se podría conseguir si sólo la palabra recobrara la magia que debió tener cuando nombró las cosas por la primera vez y creyó crear el mundo. Entre la palabra y el silencio está el abismo de lo que no nos atrevemos a mirar de frente.