El artificio de la escritura / The artifice of writing


miércoles, 22 de octubre de 2008

Nada de nada

Nada de nada. Hacía falta poner algo nuevo en el blog por no perder la costumbre. Entre el desorden de papeles que se amontonan, se dispersan y se desordenan entre el escritorio y el canasto de la basura aparece de repente algo que no parece merecer el destino natural de la extinción y, contrario a toda ley de lo efímero y el olvido, lo salva uno de la desaparición, como si no desaparecieran a cada segundo objetos tantísimo más hermosos e intrigantes. El internet, con su infinita capacidad de guardar cuanto caiga en sus bóvedas intocables, tienta hasta al más humilde y le despierta ese instinto ancestral de dejar huella, el mismo que explica, sin por ello justificarlas, las infaltables e insolentes iniciales que en todo monumento, hasta el más sagrado, dejan irrelevante recuerdo de una visita.

viernes, 17 de octubre de 2008

De canal en canal, interminablemente

Teniendo el aparato de televisión delante me dejo engañar por la ilusión de que voy a encontrar algo que ver y me paso las horas saltando impacientemente de un canal a otro, cumpliendo con lo que parece ser una conducta normal entre los hombres, en contraste con la de las mujeres, que saben perfectamente lo que quieren mirar, lo seleccionan y lo miran. Habrá que reconocer en la absurda conducta masculina de saltar impacientemente de cana en canal una raíz psicológica profunda, ancestral, que no deja de tener importantes y duraderas consecuencias.

Supongo que esa latente condición de explorador que anda lo indecible por buscar lo innombrable e indefinible es propia de la especie humana y no hay nada de extraordinario que uno se pase la vida con la ilusión imprecisa de que en cualquier momento, en el menos esperado, se va a producir lo que se tiene que producir: la manifestación de lo largamente esperado. El que uno llegue a la edad madura sin que se haya producido nada que ni se aproxime siquiera a lo que sería ese imponderable descubrimiento lleva a pensar en el carácter puramente motivador de tal condición de espera.

A lo mejor hay quienes reconocen en algún aspecto de sus vidas eso esperado y lo aceptan y asumen. Y también estamos los que nunca vamos a tener la suerte de dar con ese tesoro escondido sin querer aceptar su inexistencia. Y estarán los que se dan perfectamente cuenta de la trampa que nos juega el cerebro ancestral y cortan por lo sano: no esperan nada y se dan por contentos—o conformes—con lo que tienen. Son los prácticos sabios que prefieren el pájaro en la mano a levantar ansiosos la vista a la bandada que en el aire piruetea. Muchos son, sin embargo, los que viven mirando al cielo y van por el mundo a tropezones.