El frágil instante de la escritura
Por todas partes páginas en blanco: el mundo un sinfín de papeles por escribir, una constelación de pantallas de insistente cursor en medio del silencio fosforecente. Mudez expectante de la tabula rasa de lo por decir. Voz o escritura.
La página en blanco calla, calla en su pulsar electrónico la pantalla vacía. La mirada muda de quien quiere hablar se fija en la espera; atento está el oído a la voz que dicte lo que la pluma ha de escribir, lo que la mano a punto de teclear ansía transcribir en lo inasible de la red.
Ansioso y largo el tenso momento de la espera.
La página en blanco, la susurrante pantalla encandilada: imposible y misterioso el texto de lo no escrito todavía. No importa cuánto se escriba en ellas, siempre siguen en blanco, deslumbrante blanco de la nada. Blanco del vacío, profundidad del vértigo, pozo de aguas hondas que desde su hondísimo susurro bobollante demandan, exigen, obligan.
--Háblenme--escribe el desesperado.
La mano tiembla, indecisa. Se aguza sordo el oído para nada. La mirada busca en vano el signo de la voz en el palor febril del papel vacío, de la pantalla que suspira.
Alrededor el guirigay absurdo de un mundo en permanente ruido de sucesos y discursos disparatados: enredo indescifrable del palabrerío. Engañosa distracción, canto fatal de la sirena que a la musa acalla, amordazada.
En medio del barullo la hoja en blanco es un abismo desolado de silencios que contienen la palabra indescifrada, la voz que está por descubrirse.
Se impone la espera; la porfiada, vigilante espera.
Hasta que, de pronto, rasguña la pluma en el papel su filigrana, las letras son breves estallidos en la pantalla y las palabras rompen el albor de lo intacto y hablan, dicen, claman . . . siempre imperfectas, siempre tartamudas, siempre insuficientes.