La inspiración
Será lugar común hablar de la inspiración como de la musa, como de algo procedente de las fuerzas invisibles de alguna divinidad. Todo lo que se dice y repite al respecto--palabrería que mucho tiene de falsa pretensión--no es pura farsa vanidosa de los que se atribuyen poderes sobrenaturales. Porque realmente hay en toda creación--sea artística o no--un chispazo de inspiración, el soplo de una voz que la razón no entiende y que sugiere la inesperada y espontánea producción de algo que el creador no recuerda haber pensado ni soñado.
Es la inspiración un fenómeno por lo general muy breve, casi como un rayo que ilumina unas pocas palabras por un segundo y deja al escritor medio encandilado y con la tarea de completar por sí solo lo inspirado. Entonces entra en funciones el entusiasmo, esa posesión del espíritu en que se escribe como si se recordara algo escuchado que sólo falta transcribir al papel o la pantalla. Es el susurro, los ecos, la memoria de la voz que habló brevemente lo que perdura, no siempre en términos precisos, en la evocación de la escritura.
Parece indisputable que el proceso creativo es en gran medida inconsciente, que el cerebro funciona un poco a escondidas y por su cuenta e informa a la conciencia de tal manera que la razón no llega a percibir del todo lo que el auténtico creador descubre, siente, piensa y comprende.
Escribir, el verdadero arte de escribir tal vez esté en la habilidad de barajar debidamente esas ráfagas del inconsciente que de cuando en cuando se le revelan al escritor como inspiración desde la cual avanzar a un entendimiento nuevo, o al menos renovado--ya que no hay mucho nuevo que descubrir en el espíritu humano--de la experiencia personal que es más que nada la de los otros.