“Tomar el toro por las astas”, dice el refrán que, por cierto, alude con tal acto de arrojo a la necesidad de tomar valientemente la iniciativa ante las dificultades que nos acosan a diario.
Como toros encelados y rabiosos nos asaltan las complicaciones que hacen de la vida un ruedo taurino.
Con total desprecio del peligro y sin pensar en las consecuencias negativas, hemos de enfrentarnos al bruto de turno y cometer la barbaridad de acometerlo y agarrarlo por donde más puede herirnos.
Barbaridad de refrán que recomienda tal despropósito.
Porque no cualquiera tiene la valentía y la fuerza para enfrentarse al toro--o más bien al Minotauro--que se le viene encima y a sangre fría acercársele abierto de brazos en simulacro de abrazo--¿se confundirá acaso el animal furioso con tal gesto ambivalente?--y asirlo por los cuernos de la amenaza.
Ni cualquiera puede tampoco, una vez cogida la bestia, torcerle la testuz y someterlo. Porque si ya es difícil tomarlo por las astas, como recomienda el dicho, más difícil todavía es mantenerlo asido y vencerlo.
Que esta alegoría taurina con visos de mito ancestral sirva de ejemplo para todo mortal que se encuentre--extraviado o por su propia terca voluntad--en las antesalas, si no en los mismos corredores, del laberinto.
Queden prevenidos: no todo refrán es tan sabio como parece.