El artificio de la escritura / The artifice of writing


domingo, 5 de mayo de 2024

Arquelogía personal


Los años se amontonan no sólo en los recuerdos: forman también pilas de papeles en cuanto rincón del escritorio, torres de libros a medio leer erigidas aquí y allá---en el velador junto a la cama, en la sala, en el baño, en la cocina---, rumas de cajas de fotos, libretas de bolsillo y memorabilia de quizás cuando, interminables listas de directorios y documentos en la memoria--aparentemente confiable--del disco duro, de la nube, de los disquetes que no hay hoy sistema que los descifre. 

Se acumulan las cosas con el tiempo como se acumjulan, otoño a otoño, en el suelo del bosque las hojas secas de árboles y arbustos que van creando la tierra fértil, nutricia para el brotar de la primavera. 

Sólo que el símil falla cuando se refiere a las hojas manuscritas que, perdidas en el fondo de una gaveta o entre las páginas de algunos libros olvidados, no se descomponen en tierra nutricia ni alimentan ningún brote futuro. 

Mejor comparación la propondría el polvo que va con los días cubriendo cuanto resquicio hay en la biblioteca, determinado a sepultar todo indicio del ayer.

Como el arqueólogo que encuentra un antiguo basural bajo el basural presente, el nostálgico lector de sus propios manuscritos revuelve recuerdos y detritus del pasado con la ilusión de encontrar la maravilla que cree haber escrito alguna vez. 

No la encuentra, por cierto, porque no existe sino en su memoria fantasiosa. Pero en cambio da con infinidad de papeles sueltos con notas esquemáticas que más tienen de jeroglíficos que de caligrafía. 

Papeles sueltos de quizás cuando cuyas notas pudo haberlas escrito cualquiera que no fuera él mismo; o probablemente ese que él fue y al que apenas vislumbra en el recuerdo como a alguien a quien pudo haber conocido.



sábado, 4 de mayo de 2024

El encanto de lo habitual


---Hablemos de otra cosa.

---¿De qué otra cosa podríamos hablar?

Llevan un buen rato conversando, como todas las mañanas, mientras caminan, sin apuro alguno, por el paseo junto al mar. 

De la costanera prefieren el sector donde no hay playa y donde el mar embate más o menos aparatosamente

---según el día--- las rocas y los tetrápodos de contrafuerte. Conversan siempre de lo mismo. Lo han hecho desde hace años y es un hábito que les agrada.

---Es cierto: no sabemos hablar de otra cosa.

---¿Qué más podría interesarnos a estas alturas?

Como lo han hecho infinidad de veces antes y casi a diario, se detienen frente al café, al final del paseo y se dicen, como para convencerse de que no hay nada malo en hacerlo, que les vendría bien sentarse a descansar tomándose un café,

Entran.

El camarero los ve sentarse a la mesa acostumbrada, en la terraza sobre el mar, y espera, como si no los hubiera visto, a que lo llamen con el gesto autoritario correspondiente para acercarse oficioso a atenderlos. No podría hacerlo de otra manera.

---¿Lo señores van a servirse lo de costumbre?---les pregunta como de costumbre.

---¿Y qué otra cosa podría ser?---le dice uno de ellos, alzándose de hombros.

---Sí, por supuesto, lo de siempre---le responde el otro como amoscado.

El mar, en tanto, repite contra la escollera más o menos las mismas de siempre aburridas olas.




jueves, 2 de mayo de 2024

Monstruo de la noche


Feroz, de un modo artero, el insomnio muerde---oscuras fauces lupinas---masca y roe: va rasgando a mordiscos, desgarrando las telas y entretelas de las preocupaciones y las fantasías tremebundas del que se deja atrapar por sus garras y colmillos.

Feroces, los demonios del insomnio, expertos maestros del antisueño, que no es ni vigilia ni duermevela angélica, sino pesadilla a ojos abiertos.

Contra la jauría de la noche insomne imítense la luz del día y las activas horas.