A último minuto

Pronto va a ser medianoche y me preocupa que no he subido nada al blog.  

No es que esté obligado a escribir algo cada día y compartirlo. Es que duermo mejor cuando he dejado constancia en la red de que escribo. 

Constancia, si se quiere, de que existo; de que estoy aquí y en este instante vivo y activo; de que siento, con especial sensibilidad, lo que el mundo me comunica por mis privilegiados sentidos; de que pienso con profunda claridad; de que comunico con impecable estilo lo que normalmente se declara incomunicable. 

En fin, que no puedo dejar pasar un día sin aportar al mundo mi nada diminuto ni insignificante "grano de arena".

De la arena podría hablar --escribo como quien habla-- largamente: hay tanto que decir de ella, de cada grano que la compone. 

Hablar de lo innumerable de las horas que la arena --grano a grano-- cuenta en el antiguo, icónico reloj de doble ampolla de cristal como dos gotas de un agua eterna que en las playas pule el pedernal infinito de los arenales.

Podría hablar del golpe acompasado de ese oleaje y del largo, lento susurro de la resaca acariciando las arenas. Medidas también --vaivén-- del tiempo.

Podría, pero ya no alcanzo a hacerlo: es casi medianoche. 

Esto es todo lo que puedo decir hoy. Me disculpo de la brevedad y de lo incompleto de la premura.