La última vez
---Quererte, te quise---le dijo.
Y luego: ---Sí, creo que te quise---añadió, sin poder acallar la duda.
Poco después de un largo rato de silencio, precisó: ---Puede ser que te haya querido; pero ya no. De esto no tengo duda: ya no te quiero.
Como otras veces, la reacción no vino con palabras.
El primer golpe fue una bofetada. Los demás, a duro puño engurruñado de indignación y desengaño.
Cuando ya no hubo más que hacer, tomó algunas de sus cosas y se echó a la calle, sin apuro.
Pero, también como otras veces, volvió al poco. No tenía ni un rincón suyo -–pensó--- donde no estar a solas.
Se tuvo que agachar para arrancar el teléfono de la mano que lo empuñaba todavía.
Marcó el número sabido y explicó lo que pasaba.
Hecho esto, se sentó a esperar a que llegaran. Como otras veces, no tardarían más de diez minutos: bien sabían dónde estaba.
ImagenÑ Grabado de Hans Wigert
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