Piensa para sí mismo quien para sí mismo escribe
Escribe uno a diario, varias horas al día, sin otra disciplina que el capricho del instante. Capricho, necesidad, urgencia—si se quiere—del momento. El plan a largo plazo es ampliamente vago, impreciso, impracticable: pertenece a la esfera de lo ideal, eso que en el intelecto se contrapone a lo concreto, lo densamente material del ser que la consciencia–¿inmaterial fluido de otras esferas?---experimenta.
Material, la escritura existe como “cosa” perceptible. Pero algo tiene de ese fluir etéreo del lenguaje que, por concretamente material que se presente en sus sonidos y grafías, expresa un efluvio de rara densidad, que algunos llaman alma, espíritu, otros: la mente.
Parece inevitable–quien escribe siente—concebir desde el dualismo aparente dos ámbitos diferentes en el ser consciente: el material, que se manifiesta en el tacto de la pluma sobre el papel y en el bordado de la caligrafía que en el papel se asienta; y ese otro, impreciso, en el que el lenguaje fluye e inventa, como en el aire, esos planes a un futuro igualmente abstracto, inaasible.
Se escribe por hábito necesario y conveniente. A diario se escribe, por capricho de la mente y deseo de la mano; por el chiaoscuro de las percepciones y el razonamiento, y por el pulso y palpitar de nervios y arterias, de nudos en la boca ansiosa del estómago.
A cada instante, todos los días, físicamente, como quien desea, se escribe.
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