Imposición de lo imperfecto
Una vez más se ha propuesto---desganadamente, por supuesto---tratar de ordenar su caótico escritorio. Quiere decir con eso que va a ver si puede recuperar el cuarto en el que estudiaba, en el que ha estado intentando estudiar desde el momento---hace ya tanto---cuando no había, en este espacio iluminado de ventanas, mucho más que una mesa y una silla---viejas las dos---, residuos de un mobiliario antiguo y largamente usado que se fue desperdigando, repartido entre parientes que reclamaban merecerlos como ambiciosos herederos.
Fue a partir de esas mesa y silla, salvadas del derrumbe y erosión del tiempo, que fue creciendo a lo largo de los días, los meses y los años su desorden personal, su propio caos: consumación de todo intento de orden. Desorden mental y material en el que se confunden infinidad de datos en la memoria indecisa y el deseo, en las rumas de papeles, en los directorios digitales, en los libreros atiborrados y a punto de derrumbarse, torreones de una construcción obligadamente inconclusa, babel de lo inalcanzable.
En tal caos no encuentra nada de lo que necesita encontrar, ni siquiera ya un espacio de escritorio donde escribir, a mano, apoyada la caótica cabeza en la otra mano, la del brazo acodado sobre el imaginario facistol de tanta antigua caligrafía. Remeda este desorden el montón de desechos que resulta de una vida enclaustrada en la sombría celda, de mínima ventana, del trabajo intelectual.
En su afán de ordenar, tira, con culpabilidad, varias revistas y periódicos que dejó amontonarse con los años sin llegar nunca a leerlos ni hojearlos siquiera. Y al toparse con un libro que tampoco ha leído, se olvida de que estaba ordenando y se pone a leerlo, sobreponiendo a la angustia del caos la dicha de la lectura. Es un demasiado hermoso libro de notas de la estadía de un maestro de la escritura en el norte italiano hacia finales del siglo XIX. Las reproducciones de paisajes pintados por artistas de la región y de la época refuerzan el esplendor de la prosa evocativa. No por nada se demora en esto de leer hasta pasada la hora, cuando, sobresaltado por la tardanza, trata de retomar la organización para sólo darme vueltas por el cuarto sin decidirse a nada.
Mueve, como si los barajara, libros y papeles de un lado a otro aumentando el desorden para el nulo esfuerzo de mañana .
Ya lo sabe: predomina el caos. Triunfa. Contra él toda batalla es perdida.
Ordenar--tratar de hacerlo--es un esfuerzo inútil. Lo admite. Es intentar lo imposible, como es imposible liberarse de las deficiencias personales, esa otra natural imposición de lo imperfecto.
Toda biblioteca, todo escritorio y sus papeles, por ordenados que estén contienen el caos: lo propagan.
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