En el fugaz presente
Hay quienes predican, con la certeza de la auto-otorgada sabiduría, que se ha de vivir en el presente, haciendo caso omiso del pasado y el futuro; es decir, no prestando atención a los recuerdos, gratos e ingratos, absteniéndose de remordimientos e imposibles recuperaciones; y dejando a un lado las angustias e ilusiones de las premoniciones e incertidumbres del mañana.
Vivir el presente, ajenos a quien se ha sido y a quien se pueda ser.
No cabe duda que hay que saber gustar el momento, lo que no es posible si se prescinde de la memoria del ayer y se desdeña el presentimiento del mañana.
Lo primero porque no parece posible captar la riqueza del momento sin referirlo emocionalmente a una experiencia anterior. El recuerdo hace posible la conciencia de sí mismo, lo continuo de la identidad personal: la afirmación del yo presente.
Y lo segundo porque el deseo---motivador imprescindible---apunta también a la continuidad del yo, a su identidad futura, a lo que pueda ser y será en un presente cercano compuesto, en su brevedad del instante,
de la memoria del pasado y el deseo del futuro.
El presente, a lo mejor, ni siquiera existe: es una experiencia pasajera.
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