Viajero de barrio: El diario deambular
Sale a caminar temprano, como todas las mañanas; y, como todas las mañanas desde hace varios años, se echa a andar, sin pensarlo, en una dirección cualquiera de las cuatro que le propone la puerta de su casa en esquina.
Se pregunta a veces–como lo hace ahora al darse cuenta de que camina hacia el norte–qué será lo que determina que tome cada vez una dirección y no otra. Le parece curioso que decida sin decidir el rumbo y el circuito de su caminata de media hora por las mismas calles de siempre. Tendrá que ver —piensa— con el aspecto del cielo en cada uno de los puntos cardinales.
Hoy ha podido ser a lo mejor la claridad sin nubes hacia el norte, como pudo otro día ser la presencia de la luna, brillante todavía en el oeste o, en el este, las luces espectaculares del amanecer. La decisión, al fin y al cabo, la ha de tomar el inconsciente, el mismo que lo lleva de un lado a otro en el ocioso ir pasando el día.
Una vez echado a andar tampoco pone atención a las calles que toma para cumplir el circuito habitual —que no es nunca exactamente el mismo— de más o menos milla y media. Rara es la vez que, por ir entretenido pensando algo curioso o admirando los jardines en flor, alarga el circuito y camina más de dos millas cansadoras y más de la media hora recomendable.
Rara vez, pero esta vez lo ha hecho y se sorprende de estar demasiado cansado para volver a no sabe bien dónde. Las calles le son desconocidas, desconocida también hasta ahora esta sensación de agotamiento desorientado.
Se echa a caminar, pero más bien deambula. Probablemente---se consuela---en algún momento reconocerá, entre tantas que se le entrecruzan, la esquina de su casa.
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